Aula Animal

Compartimos una recopilación de poemas que nos envía desde Andalucía José María Sánchez, profesor y poeta andaluz.

¿Conoces más poemas que traten el tema de los animales? Si quieres, puedes ayudarnos a realizar una selección de poemas más amplia.

 

¿A dónde vas, corderillo?  (Anónimo)

¿A dónde vas, corderillo, lejos de tu verde pasto,
a dónde, si eres tan casto y aún eres un chiquillo?
Mi pastor a un cuchillo me vendió de carnicero.
Llora muy alto el lucero, llora en el prado la fuente…
no llora el hombre cadente que me lleva al matadero.

Pastor de ovejas y estrellas, que con tu silbo las llamas
y en el campo las derramas entre las flores tan bellas,
¿cómo luego las degüellas?, ¿cómo matas al cordero?,
¿cómo cambias por dinero los que paciste en el prado?

Y pregunta mi penar, al rocío y las encinas,
a las flores y colinas, si el amor puede llorar.
Y vuelven a preguntar, mis labios en triste arrobo
si ese pacer no es un robo…Y oigo un rumor acerado:

«mato porque soy, del prado, a la vez pastor y lobo»

No comas, mortal, corderos, ¡ay los pobres animales!
Hombres, no seáis carnales, dejad ya los mataderos.
¡Oh si fueseis jardineros de los campos de este mundo,
qué cambio, Dios, más profundo! ¡Cuántas rosas, cuántos lirios!

¡Oh, qué ausencia de dolores, qué amor  tan bello y profundo!

                                                                                (Autor desconocido)

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Elegía del toro en lidia, de José María Valverde

¡Oh toro, noble toro acorralado
en un valle de caras, para tu daño juntas,

con un viento de palmas y de gritos!
Un castigo a mansalva te persigue en redondo.
Tú no comprendes nada. Y yo siento vergüenza.

«¿Por qué, por qué estos hombres disfrazados de naipe
que me ciegan con sucias capas rosas,
por qué este muro en círculo y este pozo de cielo?

Yo tengo la fiereza
del viento, las montañas y las aguas,
pero no para esto, sino para el amor;
no quiero desatarla contra algo que no entiendo».                                            

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Un perro ha muerto, de Pablo Neruda 

Mi perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín

junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,

ni más arriba,

se juntará conmigo alguna vez.

 

Ahora él ya se fue con su pelaje,

su mala educación, su nariz fría.

 

Y yo, materialista que no cree

en el celeste cielo prometido

para ningún humano,

para este perro o para todo perro

creo en el cielo, sí, creo en un cielo

donde yo no entraré, pero él me espera

ondulando su cola de abanico

para que yo al llegar tenga amistades.

 

Ay no diré la tristeza en la tierra

de no tenerlo más por compañero

que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo

que conservaba su soberanía,

la amistad de una estrella independiente

sin más intimidad que la precisa,

sin exageraciones:

no se trepaba sobre mi vestuario

llenándome de pelos o de sarna,

no se frotaba contra mi rodilla

como otros perros obsesos sexuales.

 

No, mi perro me miraba dándome la atención necesaria

la atención necesaria

para hacer comprender a un vanidoso

que siendo perro él,

con esos ojos, más puros que los míos,

perdía el tiempo, pero me miraba

con la mirada que me reservó

toda su dulce, su peluda vida,

su silenciosa vida,

cerca de mí, sin molestarme nunca,

y sin pedirme nada.

 

Ay cuántas veces quise tener cola

andando junto a él por las orillas del mar,

en el Invierno de Isla Negra,

en la gran soledad: arriba el aire

traspasando de pájaros glaciales

y mi perro brincando, hirsuto,

lleno de voltaje marino en movimiento:

mi perro vagabundo y olfatorio

enarbolando su cola dorada

frente a frente al Océano y su espuma.

alegre, alegre, alegre

como los perros saben ser felices,

sin nada más,

con el absolutismo de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto.

 

Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.

 

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Canto a mí mismo, de Walt Whitman

Creo que podría volverme a vivir con los animales.
¡Son tan plácidos y tan sufridos!
Me quedo mirándolos días y días sin cansarme.

No preguntan,
ni se quejan de su condición;
no andan despiertos por la noche,
ni lloran por sus pecados.
Y no me molestan discutiendo sus deberes para con Dios.

No hay ninguno descontento,
ni ganado por la locura de poseer las cosas.
Ninguno se arrodilla ante los otros,
ni ante los muertos de su clase que vivieron miles de siglos antes que él.
En toda la tierra no hay uno solo que sea desdichado o venerable.

Me muestran el parentesco que tienen conmigo,
parentesco que acepto.
Me traen pruebas de mismo,
pruebas que poseen y me revelan.
¿En dónde las hallaron?
¿Pasé por su camino hace ya tiempo y las dejé caer sin darme cuenta?

Camino hacia delante, hoy como ayer y siempre,
siempre más rico y más veloz,
infinito, lleno de todos y lo mismo que todos,
sin preocuparme demasiado por los portadores de mis recuerdos,
eligiendo aquí sólo a aquel que más amo y marchando con él en un abrazo fraterno.

 

A un gato, de Jorge Luis Borges

No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

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Miao, de Dylis Laing
Aparto por un momento mi libro de Significado del Zen,
y veo a mi gata sonriendo hacia su pelaje
al peinarse con su borroñosa lengua rosada.
«Gata, yo teprestaría este libro para estudio,
pero al parecer ya tú lo leíste antes.»

Ella me mira de lleno.

Y me ronronea: «No seas ridícula. Yo soy el autor.»

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Animal, de Larissa Orellana

He venido a decirte
que eres mi hermano.

Cuando sufres,
tus heridas estallan
en mis ojos.

Hay una pirámide
que nos dibuja distintos,
como si fuese nada
tu corazón de plumas.

Ven, te invito a soñar
con el gen de lo justo
en nuestras leyes.

Yo quiero creer que se acabó
la violencia sobre tu carne,
que nadie amenaza tus latidos.

Quizá todo cambie hoy
y ya nunca las fauces del mundo
te roerán los huesos.
                          

2 respuestas

  1. Preciosa recopilación de poemas. Alguno no lo conocía. Creo que hacéis una gran labor «Aula Animal». Ojalá a mi hija en la escuela le enseñaran algunos. De momento, aquí está su madre para hacerlo. Muchas gracias.